12 dic 2008

¡CHOCHO, CHULPI, TOSTADO!

¡Chocho, chulpi, tostado! ¡chocho, chulpi, tostado!, baja gritando Rosa Manobando desde la 10 de Agosto hasta llegar a la Prensa mientras agarra su carrito con fuerza para no tropezar, cuidándose de no ser sorprendida por la Policía Municipal sin su permiso para ventas ambulantes.

Cerca de llegar, se detiene en una cancha de fútbol donde la venta promete ser buena. Cantando a viva voz lo que trae, uno a uno se van acercando los comensales a ver si se animan por un platito de chocho con tostado y ají.

Optimista cuenta que “cuando la venta es buena” gana cerca de 10 o 15 dólares diarios con lo que mantiene a sus cuatro hijos.

Proveniente de Guaranda se instaló en Quito hace cuatro años, “la agricultura ya no daba ganancia”, dice y junto a su esposo decidieron probar suerte en la capital.

Preocupada por su economía, desea tener un trabajo fijo con sueldo fijo, que no le represente tantas preocupaciones a la hora de tener que alimentar y vestir a sus hijos.

Su esposo, José Quisapincha, es vendedor ambulante de esferos y los fines de semana de granizado en el parque La Carolina, pero eso tampoco asegura un ingreso estable.

Los permisos para vender es otra cosa que preocupa a los Quisapincha, pues si los policías municipales les retiran la mercadería, no tendrían cómo sustentar a su familia.

Cesar Ulloa Tapia, articulista de All-ArtEcuador.com, señala en su nota: La compra y venta al paso “legitiman la mala práctica de apropiarse de los espacios para llevar a cabo cualquier actividad sin que esta tenga un mínimo de servicios para el público como el sanitario”.

A Manobando no le parece justo, dice que no están haciendo nada de malo, solo quieren trabajar. El estar fuera del Colegio Matovelle, en la Real Audiencia, tampoco es seguro, es donde más controles hay.

“La próxima semana me voy a ver que se tiene que hacer para tener el permiso” comentó con un poco de disgusto. Para ella implica tiempo y dinero que no tiene.

Con todo esto, cuenta que le ha tocado dejar Quito por dos o tres meses, para volver a Guaranda y trabajar en el cultivo de papa. Después de ganar “alguito para comer” regresa a Quito para empujar su carrito nuevamente por La Prensa, la Avenida10 de Agosto y la Kennedy.

“Es cansado estar caminando todo el día y cuando llueve, toca buscar donde escapar, pendiente de que me roben nomás”, comenta a carcajadas.

Quisapincha recorre la ciudad, subiendo y bajando de bus en bus, siempre pendiente de la hora para encontrar un espacio entre las paradas y llamar a su vecina para preguntar por sus hijos.

“Estoy cansado, llego a mi casa y solo quiero dormir… mis guagas pasan botados todo el día”.

Los dos coinciden en que este trabajo está lleno de tropiezos: malas caras, desaires, peligros.

Sin embargo Quisapincha mantiene la esperanza. Le gustaría que el Municipio reubique a los vendedores ambulantes así como lo hicieron con los vendedores del centro de Quito.

La idea le rondado la cabeza varias veces y quiere proponérselo a varios de sus compañeros.

Hasta entonces Manobando agilita el paso para alcanzar a un grupo de muchachos que ve pasar al otro lado de la calle. Cuidando que el carrito no se vaya a dañar corre gritando: ¡chocho, chulpi, tostado!