19 dic 2008

“NO HAY DIRIGENTE PERO NOS ORGANIZAMOS BIEN”

Barro, aserrín, polvillo rojo y ceniza de leña, son los ingredientes que se utilizan para la cocción de los ladrillos en Guamaní.

El terreno donde viven los dos hermanos Quinga, sus esposas e hijos, es arrendado. Lo único que es propio de ellos son los cientos de ladrillos que cercan el lugar. A un costado de la heredad hay cuatro cuartos a medio construir, cubiertos por un techo de eternit con llantas y baldes encima para que, con el viento, no se vaya a volar su improvisado cielo raso.

Para Segundo Quinga y su hermano, Luís Quinga, la jornada de trabajo comienza a las cuatro de la mañana. “A esa hora nosotros ya empezamos a preparar la mezcla, porque si hay que esperar un buen tiempo para que estén listos y vender”, dice Segundo.

Cuando la mezcla está lista se pone en unos moldes rectangulares, de dos por ocho centímetros que están en el suelo, en los que se da forma a la masa y se saca el molde para llevarlos al horno donde se cocinan y toman el color rojo.

Estos hornos están hechos de ladrillo. Es un cuarto sin techo, de 10 metros de alto, 7 de ancho y 2 metros de profundidad, con unas pequeñas aberturas en la base donde se coloca la leña.

El calor de la base sube hasta la parte más alta del horno y cocina a los ladrillos en 8 días. Luego de esto ya están listos para la venta.

El día está distribuido. Desde las cuatro hasta las once de la mañana se trabaja en la mezcla, los moldes y el secado. Al medio día el almuerzo, que es el único receso de los hermanos. Y luego, se cargan los ladrillos que se hicieron hace un mes y se los mete al horno hasta las 17:00, luego de esto se para la producción.

“En mi horno entran 19 mil ladrillos”, comenta Segundo Quinga orgulloso. “Es uno de los hornos más grandes aquí en Guamaní.”

Luís y Segundo venden cada ladrillo a 12 centavos. Si logran vender mil cada semana su ganancia es de 120 dólares semanales.

El trabajo depende mucho del clima de Quito. Cuando es verano el ladrillo se seca más rápido y más rápido entra a cocinarse. Sin embargo en la época de lluvias, es más difícil sacar ladrillos, pues el agua hace que la masa se deshaga y se tiene que parar por completo el trabajo.

Las familias que se dedican a este negocio lo hacen por separado. “Cada familia es un negocio, no trabajamos para nadie”, aclara Luís, que es ladrillero desde hace tres años.

En todo ese tiempo confiesa no haber sabido de la existencia de algún dirigente al que puedan acudir por alguna inquietud o necesidad. Cada uno es responsable de solucionar sus problemas y “si se tienen buenas relaciones con los vecinos, tal vez se les pueda pedir ayuda algún rato”, comentó.

La situación de la familia López es muy diferente. Pues ellos sí trabajan para alguien que se encarga de darles la vivienda y el alimento a cambio de que fabriquen el ladrillo.

Viviana López, completamente tapada la cara con camisetas, cuenta que su familia trabaja para el señor Tipán, dueño del terreno y de los hornos que tiene para la producción de este material. “Él debe invertir en nosotros unos 200 dólares contando con el aserrín que debe comprar, pero su ganancia es el doble. Por lo bajo a de ganar unos 500 a mil dólares semanales.” Dice con admiración.

Para que se haga más rápido el ladrillo, dentro de los hornos, explica que se hacen canales con leña, sobre estos se coloca el ladrillo, otra vez leña y así hasta completar cuatro niveles. Entonces al prender la leña de la base, el fuego avanza al siguiente piso de madera y se van quemando todos los ladrillos a la vez. Y en dos días el ladrillo está listo.

Quince personas trabajan en este negocio. Cada uno carga entre 8 a 9 ladrillos al momento de llevarlos al horno.

Por día ganan 8 dólares. “Si se venden mil, nos pagan 20 dólares”, indicaba López mientras se secaba el sudor de la frente con la manga del saco.

El precio del ladrillo en el puesto del señor Tipán se vende a 12 centavos, si el pedido de ladrillos es para llevar, el precio sube hasta 16 centavos. Se aumenta el precio porque es necesario contratar un camión que lleve los ladrillos, explicó Viviana mientras mezclaba la tierra con una pala.

A pesar de contar con una administración u organización que vele por su trabajo, ninguno se queja. Pues dicen que mientras haya trabajo lo único que resta es seguir luchando, siendo positivos y sin amarguras.