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“¡Ya no suban señores, atrás viene una unidad vacía!” grita insistentemente el chofer de la unidad D041 de
El bus apenas puede cerrar sus puertas pero a la gente no le importa y, en su intento por tomar el que parece ser ultimo bus del mundo, empujan con fuerza para hacerse un espacio entre la multitud.
Con su uniforme de falda blanca y saco azul sale Miriam Vásquez del Colegio Simón Bolívar con la esperanza de que esta vez “pueda conseguir ir sentada.”
“Así se pone todos los día a eso de la una y cuarto. Desde el Playón algunos ya vienen parados…”, se queja, mientras busca en el horizonte que aparezca alguna unidad.
Como alucina un sediento el oasis, la muchacha divisa el bus a lo lejos, espera ansiosa su llegada, pues tiene hambre y el deber “largísimo” de matemáticas la tiene preocupada.
Una vez ya en el bus, la chica de 17 años se acomoda en el centro: “la ventaja es que no mucha gente se para aquí, lo malo es intentar llegar a la salida después.”
“Huy hijitas esto si es una locura, deberían tener más carros para que no vayamos como papas”, comentó Inés Hidalgo al ver como Vásquez quejumbrosa suspiraba.
A pesar de estas incomodidades, Hidalgo quiere proponer a
Miriam, sugiere que en las paradas debería haber personas que controlen la capacidad máxima de cada bus, para evitar ir “hecho ganado.”
Luis Barrión, miembro del Departamento de Sistemas de
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